8 DE OCTUBRE DE 2019 Martes, 27a semana del tiempo ordinario

Fiesta

 

Jon 3,1-10
Sal 130,1b-2.3-4ab.7-8
Lc 10,38-42

«Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el mensaje que yo te comunicaré» (Jon 3,2). Después de algunas divagaciones, Jonás se encuentra delante de la llamada insistente de Dios. El Señor no lo ha olvidado y le renueva su orden misionera: esta vez no puede rehuirle. Muchas veces también nosotros somos como Jonás, rápidos para encontrar excusas y evitar nuestro deber misionero. El mundo en el que vivimos y al que hemos sido enviados en misión es tan pagano, que Nínive se encuentra en cualquier puerta, en cada ciudad, en los cruces de los caminos que atravesamos. Jonás se levantó y, según la palabra del Señor, partió para Nínive, una ciudad extraordinariamente grande: eran necesarios tres días para atravesarla. También a nosotros el mundo a evangelizar nos parece enorme y delante de nosotros la incredulidad se mantiene fuerte, aparentemente impenetrable. El estilo de vida moderno, la sociedad consumista, el desenfreno ante el dinero y una felicidad que se revela ficticia son una gran Nínive. «Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada» (Jon 3,4). Comprendemos la reticencia del profeta, dado que se encuentra hablando con esos «paganos malvados» que él quisiera ver eliminados por Dios. Pero Dios es Dios, es decir, lleno de misericordia para con sus hijos y, a pesar de que el profeta no confiaba en la posibilidad de su conversión, los ninivitas regresaron completamente hacia Dios. «Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor» (Jon 3,5). La predicación de los profetas a lo largode los siglos no había sido suficiente para convertir al pueblo de Israel, pero es suficiente la predicación de un solo día para cambiar el corazón de los tan despreciados ninivitas. He aquí las maravillas de Dios: Él siempre nos sorprende en nuestras expectativas pastorales. Jesús mismo se refiere a ellos en el Evangelio: «Los hombres de Nínive se alzarán en el juicio contra esta generación y harán que la condenen; porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más que Jonás» (Mt 12,41). Y Dios ha restablecido su misericordia: en simples palabras, esto significa que Dios no desea la muerte del pecador, sino su conversión (cf Ez 33,11). También en los momentos en los que Dios parece amenazarnos con un castigo, es el amor y únicamente el amor lo que prevalece y la fe la que nos salva. El mundo de hoy también necesita sentir este anuncio.

Jonás es enviado a entrar en la ciudad de Nínive, en las relaciones con los ninivitas, con su presencia profética y su predicación de conversión. Jesús es enviado por el Padre para entrar en el corazón de la ciudad, en la casa de Marta y María. La alegría de la inesperada conversión de los ninivitas suscita resistencia en el corazón de Jonás. La alegría del servicio y de la acogida ante la presencia del Maestro hacen de Marta y de María verdaderas hermanas en el discipulado misionero de Jesús.

Atravesar la puerta de una casa significa entrar en el corazón de las relaciones y descubrir, junto con las alegrías y los afectos, las heridas y las fragilidades del vivir en familia. Estamos hechos de carne, y esto nos lo revela cada relación profunda y plena con quien parece acercarse a nuestras necesidades: Jesús, hombre y Señor de nuestra historia, tiene los rasgos del que sabe hacerse extremadamente cercano a nuestro corazón. Tan cercano como para entrar en nuestra casa. Jesús, de camino hacia Jerusalén, de camino hacia el misterio de su muerte y resurrección, cruzando el umbral de la casa no hace sino cruzal el umbral del corazón de Marta y de María. La casa de Betania, reconocida como la casa de los afectos, nos revela la humanidad de Cristo, es decir, al Jesús de Nazaret que no permanece extraño ante los sufrimientos y las dificultades humanas: él llora, escucha, consuela, predica, enjuga las lágrimas, se ofrece a sí mismo como alimento y como bebida (Eucaristía). Esto significa «atravesar la puerta de una casa». Jesús entra íntimamente en la casa de Betania: lo hace como amigo, poniendo en juego su corazón y sus relaciones con los vivos y con los muertos (cf Jn 11). En la misión que le había dado su Padre, Jesús se implica totalmente. Jesús nos invita a cambiar nuestro modo de pensar y de actuar: a través del personaje fundamental de la mujer, atareada y agitada por el servicio, se nos proponen nuevas reglas sobre la hospitalidad que debe reservarse a Cristo por parte de los discípulos misioneros, acerca de la salvación para vivir y comunicar.

Las de Marta y María son dos vocaciones distintas y complementarias, movidas por la misma intención: reconocer la unicidad de Aquel que ha llamado a la puerta (cf Ap 3,20). Las dos mujeres, por tanto, no deben configurarse como antítesis, como muchas veces se ha subrayado. El servir y el escuchar son acciones recíprocas, en lugar de opuestas, en la misión que Jesús ha confiado a la Iglesia para la salvación del mundo. La presencia de Jesús nos invita a ponernos en camino para entrar en el corazón de cada hombre con la escucha de la Palabra y el servicio fraterno, con el anuncio de la Pascua de la resurrección y con el banquete eucarístico de la reconciliación que crea comunión y unidad. Todo esto acontece en la casa de Betania, donde la muerte de su amigo Lázaro es la ocasión para purificar y para fortificar la propia escucha, el propio servicio, la propia fe en la muerte y resurrección de Jesús, amigo y Señor.