Beato Jacobo Laval

Jacobo Laval nació en 1803 en Normandía. A la edad de ocho años se quedó huérfano de madre y fue enviado durante tres años a cada de un tío suyo en Tourville-la-Campagne. Asistió a la Facultad de Medicina del Colegio Stanislao de París. Convertido en médico, dejó de lado la fe que le había transmitido su madre cuando era niño. Sin embargo, el Señor, fiel siempre, lo esperaba en su vida cotidiana. Entre sus pacientes, había una persona muy anciana a quien el médico siempre encontraba leyendo el libro de la “Imitación de Cristo”. En su corazón comenzó a sentir una extraña inquietud con el recuerdo de ese Jesús del que tanto le habían hablado durante su infancia. Le pidió al paciente que le prestara ese libro, que se convirtió en el medio por el que el Señor comenzó nuevamente a susurrar al corazón de Jacobo que nada merece de verdad la pena si en el centro de la propia vida no está Cristo.

Entre la sorpresa y el asombro de sus conocidos, entró en el seminario de Saint-Sulpice en París el 15 de junio de 1835. Terminados sus estudios, en 1838 fue ordenado sacerdote e inmediatamente nombrado párroco en su diócesis de origen. En agosto de 1840, dos seminaristas visitaron su parroquia, y con ellos valoró el proyecto de dar a conocer a los africanos el Evangelio de Cristo, especialmente a aquellos que habían vivido la esclavitud, y que tenían una necesidad de conocer el idioma del amor que Jesús trajo al mundo.

Abierto a esta perspectiva, y habiendo conocido a la Congregación del Inmaculado Corazón de María fundada por Francisco Libermann para la evangelización de los esclavos liberados, Jacobo Laval se unió de inmediato al proyecto y partió con otros hermanos misioneros a la isla de San Mauricio, en el corazón del Océano Índico. En aquel lugar, la situación era dramática: la población vivía como los paganos, la corrupción era altísima, muchas las chicas negras que sufrían abusos de sus amos y de jóvenes blancos y, además, los que habían sido bautizados no tenían un guía que pudiera sostenerlos en el camino.

Laval siguió su misión sin desanimarse, a pesar de numerosas dificultades y conflictos con los acomodados que consideraban su trabajo como una pérdida de tiempo. Primero se ocupó de formar a catequistas que fueran capaces de guiar las almas hacia la salvación y cuidó de las necesidades espirituales y materiales de la población de la isla. El padre Laval subrayaba siempre la igualdad en dignidad humana del rebaño del que se había convertido en pastor. La misión fue realmente agotadora, en parte debido al pequeño número de religiosos y a las controversias con el gobierno anglicano británico, del que la isla era colonia. Fundó numerosos hospitales, logrando cuidar a los enfermos de cólera no solo espiritualmente, sino también materialmente, gracias a su condición de médico.

La piedra angular de su misión, sin embargo, siempre fue la oración. De hecho llevó una vida de profunda unión con el Señor, con ayunos, mortificaciones y muchos ofrecimientos por la salud de su alma y la salvación del mundo entero. Murió a los 59 años, el 9 de septiembre de 1864, totalmente debilitado en lo físico. San Juan Pablo II lo beatificó el 29 de abril de 1979, gritando al mundo la belleza de una vida consumida en el amor de Dios.