Biografía de San Juan de Britto

Juan de Britto nació en Lisboa en 1647 de padres que pertenecían a la aristocracia portuguesa. Su camino estaba trazado y habría vivido en la corte si no hubiera caído gravemente enfermo. La madre, devota de San Francisco Javier, a cambio de su curación, se comprometió a que su hijo vistiera durante todo un año el hábito de la Compañía de Jesús, que el joven Juan llevó mientras frecuentaba la vida de la corte, soportando numerosas bromas pero siendo ejemplar en su comportamiento. A los dieciséis años ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús. Su corazón soñaba con Oriente, siguiendo los pasos de su santo protector y modelo, San Francisco Javier. En 1673, después de su ordenación sacerdotal, era destinado finalmente a las misiones de la India. Al llegar a Goa, Juan visitó la tumba de San Francisco Javier en la Iglesia de los Jesuitas y confirmó su voto de trabajar por la conversión de los habitantes de la India. Estudió los idiomas locales y, tras rehusar convertirse en profesor de Teología, alcanzó la meta indicada por sus superiores: Colei, en el reino de Gingia. Superando de nuevo por intercesión de San Francisco Javier otra enfermedad grave, trabajó de 1674 a 1679 en Colei, Tattuvancheri y en otros lugares de los reinos de Tangiore y Gingia y, de 1685 a 1686, fue superior de la misión. Al enterarse de que durante dieciocho años, ningún misionero había llegado hasta el reino de Maravà, al este de Madurai, quiso ir allí personalmente y durante tres meses bautizó a más de dos mil personas, pasando las noches confesando y bautizando. Para resolver el problema de las castas y poder atender a la evangelización de todos, hizo suyo el método de adaptación, con el que su amigo y predecesor, el padre Baldassare da Costa, había logrado éxitos espectaculares: se convirtió en pandara-suami, es decir, asceta, penitente. Así disfrutó del privilegio de tratar con todas las condiciones sociales, conviviendo incluso con los mismos parias. Su acción misionera había atraído numerosas antipatías de los poderosos locales y le conllevó el arresto. También fue torturado, pero después de hablar directamente con el rey obtuvo el ser liberado. En 1686, Juan volvió a Europa al ser convocado a Roma por el Padre General para ser nombrado procurador de la misión. Sin embargo, de nada sirvieron los intentos de que se quedara, incluso ofreciéndole el episcopado: en 1690, regresaba a la India, prefiriendo no abandonar a los neófitos. En 1693, fue de nuevo hecho prisionero en el reino de Maravà: había convertido y bautizado al príncipe Teriadevem, obligándolo a la monogamia. Sin embargo, los príncipes que eran parientes de sus esposas repudiadas quisieron vengarse y para evitar que las iglesias fueran quemadas en represalia y las casas de los cristianos saqueadas, Juan de Britto se entregó a los carceleros: después de haber sido sometido a graves torturas, fue decapitado. Fue declarado santo por Pío XII en 1947. Durante la peregrinación apostólica a la India en 1986, San Juan Pablo II dijo en la homilía de la celebración eucarística en honor a San Juan de Britto: “La vida de San Juan de Britto refleja fielmente la vida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo porque fue una vida de servicio hasta la muerte. Hoy nos desafía a todos a continuar con vigor renovado el papel de la Iglesia de servicio amoroso a la humanidad. El inmenso y tierno amor de Jesucristo por los pobres y oprimidos, por los pecadores y los que sufren, sigue siendo un desafío para todo cristiano. La postura inflexible de Cristo frente a la verdad es un ejemplo inspirador. Sobre todo, la generosidad mostrada en su sufrimiento y muerte, como culminación de su servicio a la humanidad y acto supremo de la Redención, es un el ejemplo para nosotros”.