San Alberico Crescitelli

Alberico Crescitelli, cuarto de diez hijos, nació en Altavilla Irpina, provincia de Avellino y diócesis de Benevento, el 30 de junio de 1863. El padre, farmacéutico del pueblo, se llamaba Benjamín y su madre Degna Bruno, una mujer fuerte y profundamente religiosa. El 8 de noviembre de 1880, dejó Altavilla Irpina para partir a Roma, donde fue recibido en el Seminario de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo para las Misiones Extranjeras, fundado, por deseo del Papa Pío IX, por el sacerdote romano Pietro Avanzini.

Alberico estudió duro durante siete años en la Pontificia Universidad Gregoriana y en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, con excelentes resultados académicos y formativos. El 4 de junio de 1887 fue ordenado sacerdote en la Basílica de San Juan de Letrán. Al día siguiente, fiesta de la Santísima Trinidad, celebró su primera misa y escribió a casa: “Esta mañana he celebrado mi primera misa cantada. Dame fuerzas, Dios, para celebrar con fervor toda mi vida”. Y fue así.

Alberico mantenía correspondencia constante con su familia, especialmente con su madre: 294 cartas, la mayoría escritas desde China. Estos escritos siguen siendo el testimonio más familiar y más claro de la santidad de su vocación misionera. En Roma, fue recibido por el Papa León XIII y recibió el crucifijo de los misioneros. El 2 de abril de 1888, partió de Roma hacia Marsella, donde se embarcó en el Sindh, un vapor que lo llevaría a China.

Tras 36 días en el mar, el misionero desembarcó en Shanghai. Desde aquí, en una barcaza, navegó por el río Han, después de dejar atrás el río Azul, y llegó a su misión en Sijiaying (Siaochai) el 18 de agosto de 1888, después de 81 días de viaje. El pueblo era entonces el centro de la misión, con una comunidad cristiana notable y fiel, pero el Vicariato de Hanzhong, provincia de Shaanxi, hoy diócesis de Hanchung, el campo de misión del padre Alberico, era casi todo no cristiano, con enormes problemas sociales y morales, entre ellos los fumadores de opio, que también afectaban a la minoría cristiana.

El misionero se había vuelto chino en el vestir, permitiendo también al peluquero que le afeitase el pelo, dejando un mechón en el centro, que luego se convertiría en una coleta. Pero, lo que es más importante, se había vuelto chino en su corazón, aprendiendo rápidamente y dominando el difícil idioma. Experimentó fatigas nunca antes imaginadas en el curso de sus desplazamientos de una parte a otra de la zona que le había sido confiada, en barca, en mula, a pie, en alojamientos imposibles.

A principios de la década de 1900, desde la Ciudad Prohibida de Pekín, donde residía la corte del antiquísimo, pero ya en su caso, imperio de la dinastía Qing, llegó la orden de asesinar a los cristianos, acusados de todo tipo de maldades. El emperador era Kuang-Hsu, pero quien tenía las riendas era la sangrienta emperatriz Tzu-Hsi. Siguieron masacres y destrucciones de iglesias y de todas las obras de los misioneros. Los occidentales fueron acusados de provocar todas las guerras y los misioneros de combatir a Confucio y a las antiguas y nobles tradiciones chinas.

El 5 de julio, en Pekín, se emitió el decreto de expulsión de todos los misioneros y la invitación a los cristianos a la apostasía para salvar sus vidas. El padre Alberico estaba en Yanzibian. Los catecúmenos le animaron a salvarse bajo la protección de las autoridades. El misionero aceptó a regañadientes para no acarrear daño a los catecúmenos. Pero ya era demasiado tarde. En la tarde del 20 de julio, mientras trataba de huir al campo, cayó en una trampa. Una horda sedienta de sangre cayó sobre él, armada con hachas y cuchillos. El padre Alberico fue golpeado de cientos de formas. Luego, atado de pies y manos y suspendido de una caña de bambú, fue transportado por dos hombres al matadero del mercado donde lo torturaron. A última hora de la mañana del 21 de julio, se decidió su ejecución.

El proceso de canonización comenzó en marzo de 1910 en China. El 18 de enero de 1951, el Papa Pío XII proclamó beato al padre Alberico Crescitelli. Años antes, se había creado el Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras, fundado por Pío XI el 26 de mayo de 1926, gracias a la fusión del Seminario de Misiones Extranjeras de Lombardía y el Seminario de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo para las Misiones Extranjeras, en el que se había formado el joven Alberico. El 1 de octubre, en el jubileo del año 2000, San Juan Pablo II proclamó santo al heroico misionero. Con él, el Papa canonizó a otros 119 mártires en la gran China. El 23 de agosto de 2003, el arzobispo metropolitano de Benevento, Mons. Serafino Sprovieri, elevó la iglesia parroquial de Altavilla Irpina, donde nuestro mártir había sido bautizado, a Santuario Diocesano para el culto de los Santos Mártires Pellegrino y Alberico.