San José Vaz, Misionero indio en Sri Lanka

San José Vaz fue un gran misionero del Evangelio y en su testimonio “vemos un signo elocuente de la bondad y del amor de Dios por el pueblo de Sri Lanka”, como afirmaba el Papa Francisco durante la homilía de su canonización.

Sacerdote oratoriano, San José Vaz nació en la India, en el territorio de Goa, el 21 de abril de 1651, en una familia cristiana de apellido portugués. Fue seguramente el fervor de la fe que animaba su hogar lo que hizo que madurara en José la vocación sacerdotal; un fervor que continuó incluso después de la partida del padre Vaz, ya que todos sus sobrinos se hicieron sacerdotes. Ordenado en 1676, regresó a su pueblo natal y comenzó a ejercer el ministerio sacerdotal. Para seguir su propio celo misionero, el padre Vaz quiso ir a Ceilán, tras conocer su terrible situación. Pero se le asignó la tarea de predicar en la catedral y dedicarse al servicio de las confesiones y de la dirección espiritual. Las autoridades de la diócesis lo enviaron luego a Kanara, territorio de la Archidiócesis de Goa, donde la Santa Sede había erigido un Vicariato Apostólico que sufría una triste disputa sobre competencias y jurisdicciones.

Cuando, en 1684, abandonó el cargo de Vicario apostólico, se podría decir que la dolorosa situación se había suavizado. El padre Vaz sintió entonces aún más fuerte el deseo de formar parte de una orden religiosa. Sin embargo, en aquella época las órdenes religiosas estaban abiertas solo a candidatos de origen europeo. Así fue como, con el permiso del Arzobispo de Goa, se unió a tres sacerdotes indios que habían comenzado una experiencia de vida comunitaria en la Iglesia de Santa Cruz de los Milagros, en el Monte Boa Vista.

Elegido Superior, se convirtió en el fundador de una auténtica comunidad, a la que dio una clara fisonomía espiritual y una forma jurídica que le permitió establecer oficialmente su existencia. La fama de santidad de los sacerdotes de Boa Vista se difundió rápidamente y, animados por el fervor misionero del padre Vaz, pronto agregaron al ministerio en su Iglesia un intenso apostolado en el campo. Una bula de Clemente XI, con fecha del 26 de noviembre de 1706, confirmó la institución de la comunidad y elogió su labor. El padre Vaz sintió que había llegado el momento de responder a la vocación siempre latente a favor de los católicos de Ceilán, cada vez más abandonados. Se quitó su hábito, adoptó el de los esclavos y mendigos, y después de algunos meses de arduos intentos, logró desembarcar en la costa de Ceilán.

Aquí cayó inmediatamente enfermo y durante algunos días se quedó tendido al borde del camino: habría muerto de hambre si algunas mujeres no le hubieran ayudado dándole algo de comida. A pesar del temor a ser descubierto, comenzó la búsqueda de católicos, la mayoría de los cuales, bajo el azote de la persecución, habían asumido exteriormente los usos calvinistas y no se atrevían a exponerse. El padre Vaz adoptó entonces un sistema valiente: colocó la corona del rosario alrededor de su cuello, sobre el pecho desnudo de mendigo, y comenzó a llamar de puerta en puerta, pidiendo limosna. Notó a algunos que miraban con interés aquella señal de piedad católica: comenzó con una familia y, cuando estuvo seguro de la lealtad de sus miembros, reveló su identidad.

Ese fue el comienzo de la reevangelización de la isla, seguida por la celebración nocturna de la Misa y la escucha de quienes acudían a él para la Confesión y el coloquio espiritual. El gobernador, con la intención de aplastar la reanudación de la evangelización, asignó grandes recompensas a los que entregaran al sacerdote. Pero nadie traicionó al padre Vaz, que incluso fue puesto a salvo mientras se desataba contra los fieles católicos la ira de los calvinistas. El padre Vaz huyo al pequeño estado de Kandy, en el interior de la isla y todavía formalmente autónomo, gobernado por el rey Vilamadharma Surya. En el estado vivían muchos católicos que nunca habían conocido a un sacerdote y los agentes calvinistas, que se habían enterado de la llegada del religioso, difundieron falsos rumores que lo presentaron como un espía de los portugueses.

El plan funcionó: tan pronto como llegó a Kandy, el padre Vaz fue encarcelado. El rey, sin embargo, a pesar de ser budista, no aprobó el encarcelamiento del extranjero por su naturaleza profundamente espiritual. A través del testimonio de sus guardianes, tuvo conocimiento de la santidad de vida del prisionero y se convirtió en su amigo, transmitiéndole a su hijo y sucesor, Narendrasinha, la veneración con la que trató al sacerdote católico. El padre Vaz tuvo así oportunidad de predicar y difundir la fe en todo el reino, recorriendo su territorio a pie y restableciendo la presencia de la Iglesia en todas partes.

La epidemia de viruela que se desató en 1697, según testimonio del mismo Rey, habría destruido completamente a la población si la caridad y la inteligencia del padre Vaz no hubieran asistido a los enfermos y dictado normas higiénicas que contuvieron de hecho el contagio. A la muerte del padre Vaz, diez misioneros trabajaban en aquellas tierras, imbuidos de su espíritu y preparados para seguir la obra para la que también formó laicos, confiándoles el cuidado de muchas comunidades dispersas.

En 1732, el Papa Benedicto XIV autorizó la introducción del proceso canónico para su beatificación. El 14 de enero de 2015, el Santo Padre Francisco lo proclamaba santo. En la homilía, el pontífice indicaba tres puntos esenciales: “Fue un sacerdote ejemplar (…). En segundo lugar, san José Vaz nos muestra la importancia de ir más allá de las divisiones religiosas en el servicio de la paz. Su amor indiviso a Dios lo abrió al amor del prójimo; sirvió a los necesitados, quienquiera que fueran y dondequiera que estuvieran (…). Por último, san José Vaz nos da un ejemplo de celo misionero. A pesar de que llegó a Ceilán para ayudar y apoyar a la comunidad católica, en su caridad evangélica llegó a todos. Dejando atrás su hogar, su familia, la comodidad de su entorno familiar, respondió a la llamada a salir, a hablar de Cristo dondequiera que fuera”.