10 DE OCTUBRE DE 2019 Jueves, 27a semana del tiempo ordinario

   Fiesta o memoria de santo Tomás de Villanueva, obispo

 

Mal 3,13-20b
Sal 1,1-4.6
Lc 11,5-13

En el Evangelio de hoy (Lc 11,5-13) el tema de la amistad adquiere gran importancia. Los Evangelios están llenos de ejemplos con los que Jesús se acerca a los demás como amigo. San Lucas muestra a un Jesús compasivo que se acerca a los leprosos, a los paralíticos, a los pecadores, a los recau- dadores de impuestos, a los centuriones, a las viudas, a los endemoniados, a los epilépticos: la lista es muy larga. Jesús mismo es el buen samaritano (Lc 10,29-37) y el padre compasivo (Lc 15,11-32), que extiende a todos generosa y espontáneamente su mano misericordiosa ofreciendo amistad.

También el Evangelio de Juan nos proporciona intuiciones profundas sobre Jesús y la amistad. La amistad-amor de Jesús por María, Marta y Lázaro es descrita en el capítulo once: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (Jn 11,5). Cuando Jesús fue informado de la muerte de Lázaro, dijo: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido» (Jn 11,11), y a continuación Jesús llora por la muerte de su amigo. «Los judíos comentaban: “¡Cómo lo quería!”» (Jn 11,36).

En la Última Cena, ofreciéndonos el mandamiento de amarnos los unos a los otros, Jesús dijo: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido» (Jn 15,13-16). De este modo, Jesús manifiesta la profundidad de su amistad-amor muriendo en la cruz por todos nosotros. Como subraya san Pablo: «Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom 5,8).

Cada uno es llamado a experimentar que Jesús es el amigo, más aún el amigo personal, de cada ser humano. La amistad con Cristo consiste en crecer en intimidad con el Maestro, además de ser una existencia en Cristo. Esta profunda dimensión de la amistad revitaliza al Espíritu Santo dentro de nosotros. La amistad con Cristo, incluso en la enfermedad y en las fra- gilidades, nos ofrece una fuerza que prevalece sobre la amargura, sobre el cansancio de la vida y sobre toda desesperación. La amistad es una «cuestión de corazón», en la que uno revela al otro lo que tiene en lo más profundo de su propio corazón, con confianza y reciprocidad. El crecimiento de la amistad pasa por la autorrevelación recíproca. En este proceso, nos damos cuenta de que estamos más comprometidos, en una relación más profunda con Dios y con nuestro prójimo. Las personas se animarán a seguir a Cristo cuando vean cómo su amistad ha transformado personalmente al discípulo misionero que anuncia y testimonia.

La amistad que se nos ha descrito en el Evangelio de hoy no parece su- ficiente para obtener lo que se pide: debe ser sostenida por la insistencia de la petición y la certeza de la fe del que pide y por la capacidad de dar de la persona a la que nos dirigimos, incluso en momentos inoportunos. La oración constante, sin desfallecer nunca (cf Lc 18,1), pone a prueba y refuerza la fe como relación de amistad, una relación verdadera de pater- nidad y de filiación. Los panes y el Espíritu Santo claramente recordados en la oración tienen claras connotaciones eucarísticas y bautismales de la amistad con Jesús y de la relación con su Padre. «Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios» (Rom 8,26-27).

La insistencia de la oración para poder tener tres panes que compartir con el huésped quiere subrayar la comunión que alimenta y atiende alprójimo. La oración, si es auténtica, abre nuestra relación de amistad con Dios hacia el prójimo y nos empuja a la misión. Se pide para obtener algo para nosotros y para los demás, por la Iglesia que formamos gracias al Es- píritu del Padre y al pan eucarístico que compartimos. Nunca se pide solo para uno mismo, pues entonces no sería oración. Se pide para que crezca la comunión y para que se amplíen los confines de la comunidad de Jesús.

En su exhortación apostólica Evangelii gaudium, el papa Francisco su- braya: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (EG 1). El Papa prosigue: «Solo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorrefe- rencialidad [...] Allí está el manantial de la acción evangelizadora» (EG 8). Somos «aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad» (EG 27). El papa Francisco cree que «todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno» (EG 265). Nuestra fe misionera «se sostiene con la propia experiencia, constantemente renovada, de gustar su amistad y su mensaje» (EG 266).

El papa Francisco usa frecuentemente una descripción sencilla y útil de la misión: «La misión es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo» (EG 268). Esto significa que quien, como misionero, experimenta un encuentro profundo con Jesús por la amistad personal, como evangelizador tratará de compartir con los demás los frutos de dicho encuentro. Del encuentro personal con Dios nace el deseo de ser amigo de los demás y compartir con ellos la propia amistad con el Señor Jesús.